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Foto del escritorAdriana Castro Figueroa

Mi historia

Actualizado: 9 dic 2021

En México el INEGI hizo una encuesta para identificar qué es lo que más felicidad genera a la población mexicana. La respuesta fue: la familia.

En este contexto crecí; una sociedad en la que tener hijos es muy importante para ser feliz.


Soy una mujer sin hijos por circunstancias a causa de la infertilidad social.


Déjame contarte mi historia. A los 29 años tuve un novio y desde que lo vi quise que fuera el padre de mis hijos. La relación duró tres años y aunque al principio creíamos que éramos el uno para el otro, con el tiempo descubrimos que cada quien tenía anhelos diferentes.


Al final, por la falta de un proyecto de vida en común, la relación terminó. Para mí representó un dolor muy grande porque significaba soltar ese anhelo con el que tanto soñé. Me sentía desilusionada por no haber construido una familia y con temor de no encontrar a una nueva persona con quien cumplir ese deseo.


En aquel entonces no lo sabía, pero fue el único momento de mi vida en el que estuve cerca de ser mamá. Muy cerca de saber qué se sentía tener un bebé en brazos y verlo crecer.

Mi desolación ante la ruptura fue enorme. Me tomó años recuperarme.


Decidí mudarme a otro lugar, la Ciudad de México, y comenzar de cero. Hice nuevas amistades y mi anhelo de ser mamá se adormeció hasta que llegué a los 35.

Ahí volvieron mis ganas de tener hijos pero esta vez la vida me dio otras cartas a jugar: las de la infertilidad social.


La infertilidad social es la incapacidad de una persona para tener un hijo a causa de sus circunstancias sociales. Las razones pueden ser no tener pareja o tener una situación económica y laboral que le impide ofrecer al bebé los mínimos estándares de seguridad y acompañamiento.


El periodo más difícil para mí fue entre los 35 y 40 años. Recuerdo lo atemorizante que era escuchar los consejos de mi ginecólogo “si deseas ser mamá, debes hacerlo ya. Tu edad no podrá esperarte mucho más”. Pasaban los años y en cada consulta me lo repetía, hasta que un día mis ojos se llenaron de lágrimas y le respondí en voz baja y con vergüenza: “Es que a pesar de que he buscado, no he encontrado a alguien con quien formar una familia”.

Me sentía reprobada, insuficiente e inadecuada.


Este tipo de infertilidad se vive en un contexto adverso: a solas y en medio de mucha incomprensión. Uno de los conceptos erróneos de la infertilidad social es que se considera un problema fácil de resolver. Las pocas veces que expliqué mi tristeza por no poder formar una familia, la respuesta fue: “Es muy sencillo: solo ten un hijo”. Este consejo, además de simplista esconde un mensaje hiriente “tu problema es muy sencillo, así que no tienes derecho a sentir tristeza”.


Peor aún, hay quienes ni siquiera lo consideran un problema. En los comentarios de una publicación que hice, una persona escribió “la infertilidad social es un invento de gente débil que no lucha por sus sueños. Esa situación se evita fácilmente: solo hay que decretarlo en la mente para que la persona adecuada llegue.” Desde mi opinión, las personas que hacen estos comentarios necesitan aumentar su nivel de empatía. Piensan que solo hay una realidad: la suya. Si ellas tuvieron la fortuna de encontrar a una persona, creen que para todas las demás es igual.


Sentía mucha desesperanza, hasta que al llegar a los 40 años decidí soltar mi sueño de ser mamá. Entendí que había que dejar ir la idea de cómo “debería de ser mi vida” y empezar a vivir con lo que sí tenía. Respiré profundo y con todo y mi miedo comencé a caminar para construir una identidad distinta a la que yo había planeado. Tuve que aceptar el dolor que esto implica pero al mismo tiempo fue liberador ya no sentir angustia.

Dejé de sentirme reprobada, insuficiente e inadecuada gracias a que enfoqué mi energía en redirigir el rumbo de mi negocio. Comencé a impartir talleres y cursos de ciencia de la felicidad. Desde ese momento, mi trabajo se ha convertido en un gran articulador de sentido e identidad.

¿Volví a encontrar el amor? Sí. Actualmente tengo una pareja amorosa, inteligente y empática. Cuando lo conocí, ya estaba en paz con mi no maternidad, además de que él ya tenía dos maravillosos hijos gracias a su matrimonio anterior.

Siendo una mujer que no tuvo hijos, encontré un propósito al darme cuenta de que tenía que cambiar la pregunta “¿qué hago para que mi vida tenga un propósito?” por “¿qué hago para ayudar a que otras mujeres encuentren el suyo?”

Encontré un sentido trascendental y profundo en mi profesión como psicóloga: fundé una comunidad amigable y de apoyo dirigida a mujeres sin hijos por circunstancias. Es decir, quienes a causa de la infertilidad social o biológica no pudieron realizar su sueño de ser mamás. Somos una comunidad en línea que ofrece cursos, talleres y mentorías dirigidos a mujeres de México y habla hispana para que reconecten con su felicidad y su propósito de vida.

Hoy tengo 45 años y encontré un propósito a pesar de no haber sido mamá. Ahora tengo la oportunidad de apoyar y acompañar a quienes están atravesando por esa etapa solitaria que yo pasé.

Definitivamente no tengo todas las respuestas, pero a veces lo que una mujer en esas circunstancias necesita no es una experta que le explique qué hacer con su vida sino un acompañamiento amigable que la haga sentir querida, escuchada y aceptada.


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