En un mundo plagado de frases como “querer es poder” o “rendirse no es opción” da mucho miedo tirar la toalla porque sentimos que nos coloca en un lugar vergonzoso: “la perdedora”, “la débil” y “la que no hizo lo suficiente”
Pero hay proyectos personales y profesionales a los que conviene analizar si es necesario seguirles invirtiendo nuestra energía o no.
Veamos un ejemplo en un ámbito concreto: imagina que quieres poner un negocio propio.
En el mundo del emprendimiento hay una regla: “no pierdas más dinero del que puedes perder”. Es decir, por muy enamorada que estés de un proyecto hay que establecer un límite de cuánto le vas a invertir a fin de que no afecte tus finanzas personales. Siempre que se hace un negocio, las finanzas personales hay que tenerlas separadas. Es como si tuvieras dos cajas: una para pagar tus gastos (la renta, tu comida, tu perro y tu seguro) y otra que te permita invertir en un negocio determinado. Al poner un negocio hay que establecer un periodo para determinar si funciona. Claro, no hablo de un mes… me refiero a mínimo un año para saber si el negocio es viable. Obviamente en menos de ese año ya debe haber ventas para saber que la idea funciona.
Lo importante es poner un límite de hasta dónde estás dispuesta a poner y pase lo que pase, no cruces la línea. Me refiero a nunca tomar dinero de la caja que está destinada a pagar tus gastos personales porque estarías poniendo en riesgo tu estabilidad.
Al emprender, en el transcurso de los meses, ya se tendrían que ver resultados: tener clientes porque esto te ayuda a saber que sí hay respuesta del mercado. Estos clientes te permiten identificar qué problemas hay al comprar, cuáles son sus objeciones y cuánto tardan en convertirse en tus clientes.
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